Casi dos meses en huelga de hambre. Desde el 23 de mayo. Ese es el tiempo que llevan las alrededor de 450 personas, hombres y mujeres provenientes en su mayoría de diferentes países del Magreb, sin injerir ningún tipo de alimento para hacer visible su lucha y reclamar la regularización de su situación.
Algunas de estas personas llevan residiendo en Bélgica cinco o diez años. Otras, casi 20. Forman parte de la sociedad: pagan sus alquileres, sus criaturas van a la escuela... pero, a falta de un permiso de residencia legal, no tienen acceso a asistencia sanitaria o son víctimas de abusos laborales por parte de empleadores que se aprovechan de su situación de vulnerabilidad. Ir a comprar el pan o subirse en el autobús son actividades de riesgo para estas personas. Sin papeles, las llaman. Como para denunciar al patrón.
Incluso la propia administración belga, según señala la revista independiente Basta, se benefició, a través de subcontratas, de la mano de obra de algunas de estas personas en la renovación de la estación de metro Arts Loi (una de las más modernas de Bruselas). Algunas de sus caras figuran expuestas en la estación como homenaje a su labor. No se menciona, sin embargo, que algunas cobraban únicamente 3 euros la hora por su trabajo cavando túneles.
Las autoridades belgas insisten en su postura: en este país, en el que hay unas 150.000 personas viviendo en situación de indocumentación, no cederán ante lo que ellos consideran un chantaje. Mientras, tras 56 días en huelga de hambre en el momento en el que se escribe este artículo (recordemos que Bobby Sands pereció a los 66 días de huelga en su prisión de Irlanda del Norte), se han sucedido hospitalizaciones e intentos de suicidio y la desesperación ha llevado a cuatro integrantes incluso a coserse los labios.
Desde la la Iglesia del Beguinage, en la que algunas de estas personas llevan a cabo su acción, declaran a varios medios: no van a parar hasta que el gobierno se tome en serio sus demandas. Desde el PCE en Bélgica reclamamos a las autoridades que dejen de hacer oídos sordos y asuman su responsabilidad. Una vez más, nos ponemos del lado de la clase obrera, sea nativa o extranjera y gritamos fuerte: ¡nadie es ilegal!