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Memoria Feminista - Mari Junco

6 de Marzo de 2021

Mari Junco, Madre de Jaqueline, en sus últimos añosTres generaciones de migrantes en Bélgica: su madre, Mari, que la primera vez que vino, fue como niña de la guerra y que, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y la enviaban de vuelta a casa, no quería regresar; ella, Jacqueline, que acabó criándose en Bruselas porque, por paradojas del destino, su madre tuvo que volver a exiliarse aquí debido a la intensa actividad política que el marido llevaba a cabo en un país en plena dictadura y, finalmente, su hijo, que, a pesar de las luchas incansables de su abuelo y de su abuela, ha corrido la misma suerte que otros miles de jóvenes españoles y ha terminado emigrando al mismo país que vio crecer a su abuela primero y a su madre después.

“Mis padres fallecieron pero me da mucha lástima. Sé que les daría pena saber que su nieto está en Bruselas... ¿quién diría que, después de sesenta años, mi hijo volvería a migrar como hicieron sus abuelos? En el fondo es triste, ¿qué está pasando?”

Desde la perspectiva de la niña que fue aquellos años, Jacqueline nos cuenta la historia de su madre, Mari Junco, una histórica del PCE en Bruselas.

¿Cuándo empezó tu madre a militar en el PCE y por qué?

"Mi madre era de Asturias, de la cuenca minera. Mi padre era de la zona rural y se fue a trabajar a las minas del carbón, a Langreo, de donde era mi madre. Allí conoció a mi madre, porque mi abuela, la madre de mi madre, tenía una pensión donde llegaban todos los mineros que iban a trabajar a las minas. Él se fue a trabajar allí, se alojó donde mi abuela y bueno, le gustó la chica, ya sabes. Y ahí empezó todo. Lo que pasa es que luego, con las huelgas de la minería, a finales de los años 50, a mi padre lo arrestaban cada dos por tres... lo llevaban a los calabozos de la Guardia Civil... incluso llegó a estar en la cárcel, donde les daban palizas... Mi madre, incluso embarazada de mí, se ponía, con aquella barriga, en primera línea, junto a los mineros en huelga, delante del Pozo Maria Luisa."


"En fin, ellos vivieron todo eso, pero bueno, fueron momentos complicados: mi padre estaba un día sí y otro también en la cárcel y entonces llegó un momento en que mi madre dijo: mira, no podemos seguir así, nos tenemos que ir de España."

El tío de Jacqueline había sido maqui: se había tirado al monte pero habían terminado matándolo. Mari tenía miedo de que su marido corriera la misma suerte. Así que le propuso salir de España. 

“De aquella”, nos cuenta Jacqueline, normalmente era el marido el que se iba primero al extranjero. Los hombres salían con un permiso de trabajo y luego llevaban a la familia. En el caso de sus padres fue diferente. A su padre no le daban el pasaporte para poder salir de España, así que fue su madre, Mari, la que, dejando a una niña pequeña y a un bebé atrás, se embarcó en un tren con dirección a Bruselas y estuvo haciéndose un hueco sola, en el mismo país que ya la había acogido una vez hasta que, en diciembre de 1960, su padre consiguió el estatus de refugiado político y se trasladó con sus dos hijos también.

“Allí fue cuando empezaron a militar en el partido en Bruselas, en el García Lorca”.

El García Lorca era el local (o sede) en el que se juntaban los y las camaradas en aquellos años y donde, además de acciones políticas, se organizaban eventos lúdicofestivos y culturales de toda índole.

“Los fines de semana daban comidas y todo eso era un ingreso para... por ejemplo, recuerdo a mi madre alguna vez llevar dinero a algún vecino porque estaban haciendo huelga en Asturias...”

Además de en el García Lorca, Jacqueline recuerda que la militancia en Bélgica se organizaba por barrios y que el del suyo tenía las reuniones en su casa un par de viernes al mes, por la noche.

“Aún recuerdo el olor a tabaco en el salón y el olor al café que mi madre les preparaba”. 

A pesar de lo romántico de la historia, esta frase se me queda grabada en la cabeza y, durante unos segundos, no escucho nada más. De repente recordé que estábamos teniendo esta conversación para rescatar figuras femeninas del partido por el 8M y conocer más acerca de su militancia. A pesar de que Mari Junco, la madre de Jacqueline, llega a adquirir responsabilidades de peso dentro de la organización en Bélgica (por ejemplo, en la foto de la derecha la vemos junto a Carrillo y otros camaradas, también del Partido Comunista Belga, en una acción de protesta contra el proceso de Burgos) y de que su compromiso la llevó incluso a encerrarse y hacer huelga de hambre, junto con otros pocos camaradas, en la Église de la Chapelle, durante días, en solidaridad con Salvador Puig Antich, me llama la atención que Jacqueline la evoque solo a ella haciendo el café de las reuniones. ¡Sí que somos esenciales las mujeres! Sonrío irónica mientras trato de imaginar qué hubieran bebido los camaradas si Mari no hubiera estado ahí siempre para preparar el café.

Le pregunto a Jacqueline cómo afectaba la militancia a la vida personal y laboral de su madre, si es que lo hacía. Y me responde lo siguiente:

"Aquellas mujeres eran la leche porque, tú piensa que allí ¡iban a trabajar! No era como aquí en España, que era lo que llamaban amas de casa: se ocupaban de la casa, de los niños y tal. Allí no, allí las mujeres llegaron y tuvieron que trabajar como los hombres. Entonces, no sé, mi madre se multiplicaba por veinte, no sé cómo lo hacía porque tenía que trabajar fuera y después llegaban a casa, tenían la casa, tenían los niños y, después, en el partido, tenían alguna responsabilidad, que también lleva tiempo... no sé cómo se organizaban... ¡lo hacían todo! También es verdad que mi padre ayudaba porque hubo un día que la votaron para una ponencia... y recuerdo que ella miró así a mi padre y él le dijo: “¡oye, a mí no me mires! No te preocupes, que yo me hago cargo de la casa, de los niños. Tú ¡palante!”."

La gafas violetas de repente me molestan. Creo que están rozando hueso. Visualizo mentalmente la escena narrada por Jacqueline y a Mari pidiendo una suerte de permiso a su marido con la mirada. ¿Mirada de permiso? O ¿quizás de desconfianza? ¿Duda...? A lo mejor se le pasó por la cabeza, “si acepto, ¿quién me remplazará en mis responsabilidades de casa?” O, “¿cómo me encontraré todo una vez esté de regreso?” Porque, si el padre de Jacqueline, tal y como ella misma había dicho, “ayudaba en casa”, deduzco que la carga mental de organizar, pensar y tomar las decisiones, recaía sobre los hombros de Mari...

O sea, que había corresponsabilidad en casa, le pregunto.

"Totalmente. Sí, sí. Yo es que las palabras feminismo o machismo las desconocía. En mi casa nos repartíamos las tareas. Los sábados, mi madre igual tenía que ir al partido a hacer cosas; mi padre iba a vender el Mundo Obrero los sábados y domingos, que se pateaba todos los barrios de Bruselas y mi hermano y yo éramos unos chicos jovencitos y quedábamos en casa y yo, a lo mejor, recogía un poco... Mi padre nos dejaba una lista para luego hacer la compra y mi hermano, que era un niño, cogía su lista e iba a hacer los recados, que había una tienda española... Nos organizábamos muy bien, nos educaban de la misma manera. Quizá mi familia era atípica, pienso yo."

¿Por la militancia?, le pregunto. “Sí, por la militancia”, me confirma.

Le pido que me cuente cómo se trabajaba el feminismo en la organización, si es que se trabajaba. Me cuenta que las mujeres eran todas una piña pero que tanto hombres como mujeres trabajaban conjuntamente.

"Yo recuerdo en el García Lorca o, por ejemplo, que se hacían fiestas –porque las fiestas del PCE en Bruselas eran súper conocidas, en la salle de la Madelaine, las romerías en la granja... Eran unas fiestas... eran ¡las más importantes!– Y recuerdo en aquellas fiestas que las mujeres hacían tortillas y tortillas y tortillas... que se ponían horas antes... Los hombres, en la barra... Recuerdo a mi padre de camarero en aquella sala tan enorme... Y trabajaban por igual."

No puedo evitar pensar que eso es muy parecido a la división sexual del trabajo contra la que tratamos de luchar. Me surge la duda: ¿estamos perpetuando los roles de género también dentro del partido? Y entonces Jacqueline me cuenta cómo celebraron las camaradas del PCE en Bélgica el 8M de 1971.

"Mira, el otro día le pasé a M.M unas fotos del día de la mujer, del 8M, que se ve a las mujeres todas comiendo. Pues ese día, ¡ellos cocinaban! ¡Y las servían! ¡Y estaban ahí todas sentadas! Bueno, ¡unas juergas de mucho cuidao! Y ahí aparecían solamente ellos para recoger las cosas y servirte. Yo creo que les tenían mucho respeto. Era algo muy bonito, muy chulo, la verdad. 

"¿Sabes cuándo me di yo cuenta de que no en todas las casas era igual? Cuando conocí a otras familias, también migrantes, que eran muy conservadoras. A pesar de ser todos migrantes, habíamos tenido una educación diferente."

Refugiados políticos coincidían en sus países de acogida con otros compatriotas que migraban al extranjero en busca de un futuro más próspero. Los que salieron con conciencia política nunca dejaron de tenerla y se organizaron en el Partido desde fuera para continuar la lucha contra el régimen tejiendo a su vez redes de apoyo a camaradas en su misma situación.

Así que decido quedarme con esa parte de la historia. Con la del compromiso político. Con el camino recorrido y el que todavía nos queda por recorrer y recorreremos, organizadas con nuestros camaradas, aunque sin olvidarnos nunca de nuestra doble opresión como mujeres y denunciándola, como ha de ser, en cada una de las luchas que llevemos a cabo y no solo el día que el calendario quiera regalarnos para ello.

“He tenido unos padres que me han inculcado muchos valores sin nunca obligarme a nada, ni a militar, ni a nada, simplemente a ayudar a mucha gente... Mis padres fueron muy solidarios. Cuando, en los sesenta, llegaban españoles, todos los fines de semana, en tren, a Bruselas, mi padre solía ir los domingos a la estación, a la Gare du Midi, a ver quién llegaba y siempre había alguien que conocía y se lo llevaba a casa y se quedaban allí unos días. Había veces que mi hermano y yo dormíamos en casa de los vecinos porque siempre había alguien en casa. Y allí seguían hasta que les conseguían un trabajo. Mi madre les ayudaba a buscar un piso... y yo sí, me quedo con eso: con que fueron muy solidarios. Hace poco conocí a una chica que me dijo: tú a mí no me conoces pero yo a ti sí, porque cuando yo llegué a Bruselas con mis padres, estuvimos en tu casa. Cosa que no me extrañó, porque ellos solían hacer eso. Así que sí, me inculcaron eso: me enseñaron a ayudar a la gente y a ser solidaria siempre. Creo que he sido muy afortunada y que he tenido mucha suerte de tener los padres que tuve.”

Categorías: Área de Feminismo Benelux Memoria Histórica

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