El pasado martes 28 de julio fallecía en París, a sus 93 años, la abogada, ex diputada y ensayista franco-tunecina Gisèle Halimi, figura esencial de causas inapelables que marcaron el siglo XX y están todavía activas, como el anticolonialismo, la igualdad de género (y de géneros) y la lucha contra la tortura y la violencia de Estado.
A través de una acción sumamente eficaz, tanto en los tribunales como en la escena política y ciudadana, nacional y transnacional, Gisèle Halimi contribuyó a revelar al gran público los abusos del ejército francés en Argelia, de Estados Unidos en Vietnam o del aparato franquista en España, y dio pasos definitivos en Francia para la despenalización del aborto y de la homosexualidad, así como para la definición jurídica del crimen de violación, adelantándose 40 años al movimiento #MeToo.
La prensa española ha cubierto ya los aspectos biográficos básicos (véase también su biografía en Wikipedia). En este artículo propongo profundizar en esa biografía, traer al primer plano detalles esenciales que revelen la estrategia de acción de esta mujer excepcional para ver cuáles fueron los factores de tal éxito en tantos frentes. Quizás ello permita extraer enseñanzas pertinentes para las luchas de hoy.
Biografía de la eficacia en todas las luchas
La acción política y social de Gisèle Halimi se desarrolló a lo largo de toda su vida, fundamentalmente en los juzgados, pero también en movimientos ciudadanos como Choisir la cause des femmes o Attac, como diputada del Partido Socialista en la era Mitterrand, y en comisiones y órganos internacionales como el Tribunal Russel y la Federación Internacional de Derechos Humanos (dentro de la que participó como observadora jurídica en el Proceso de Burgos), sin olvidar su labor como ensayista autobiográfica y política.
Tres juicios históricos de Gisèle Halimi suelen considerarse fundamentales para las causas mencionadas más arriba.
El primero fue la defensa de Djamila Boupacha, joven activista del Frente de Liberación Nacional (FLN) de Argelia, acusada en 1960 de tentativa de atentado. Su confesión fue extraída mediante tortura, que incluyó violación múltiple.[i] La joven fue condenada a la pena de muerte y finalmente amnistiada tras los Acuerdos de Evian en 1962, pero Gisèle Halimi transformó el juicio en un evento mediático que reveló al gran público las exacciones del Ejército Francés en Argelia y contribuyó definitivamente a la lucha contra la tortura y contra la violencia sexual.[ii]
El segundo es el proceso conocido como «Juicio de Bobigny», en 1972, en el que defendió a Marie-Claire Chevalier –menor de 16 años acusada de abortar tras ser violada por un chico de su instituto en el otoño de 1971– y a su madre, militante comunista acusada de ayudarla a encontrar los medios junto con dos camaradas del sindicato RATP. Halimi obtiene la liberación de la joven y logra una movilización pública sin precedentes, abriendo la vía a la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo (IVE) en Francia, que se producirá en 1975 con la «Ley Veil».
En el tercer proceso, conocido como el «Juicio de Aix-en-Provence», en 1978, Halimi defendió a Anne Tonglet y Araceli Castellano, una pareja de turistas belgas lesbianas. Tras acosarlas en un mercadillo, tres hombres fueron esa misma noche al lugar en el que acampaban y las violaron durante cinco horas, «para darles una lección». Los violadores alegaron haberse sentido «rechazados» por las turistas, al no ceder estas a sus avances, y la agresión había sido clasificada como de «contusiones y heridas».
Como recuerda la historiadora Michelle Perrot[iii], en los años setenta este tipo de incidentes no tenían apenas eco. Sin embargo, Halimi convierte de nuevo el juicio en un evento mediático, y la sentencia será la base jurisprudencial sobre la que se definirá la violación como crimen dentro del Código Penal francés. Ello se considera un antecedente del movimiento #MeToo, con cuarenta años de adelanto, pues logró liberar la palabra de las víctimas y «hacer cambiar la vergüenza de campo», además de contribuir a la lucha por la dignidad de los colectivos LGTBI.
A finales de 1981, la abogada defenderá, como diputada socialista, el proyecto de ley que despenalizó la homosexualidad y, junto con Robert Badinter, iniciará la acción parlamentaria que conducirá a la abrogación de la distinción discriminatoria en cuanto a la edad de mayoría sexual en el caso de las relaciones homosexuales.
Factores de éxito: una lección de futuro
Llamarla «icono del feminismo», como algún medio español ha hecho, es quedarse muy corto. Como cualquier representación, un icono es plano, y jamás podría dar cuenta de la profundidad de la acción de Gisèle Halimi, que ha trascendido fronteras.
Decir, como declaró Macron en un Twitter, que Halimi «entendía el feminismo como un humanismo» también es quedarse muy corto. Como si todavía necesitáramos justificar la lucha feminista o maquillarla conceptualmente para «dorar la píldora». O como si no fuera una obviedad que el feminismo es un humanismo y no puede ser otra cosa. Gisèle Halimi llevará el feminismo muy lejos, contribuyendo con su acción a lo que representa hoy: un flujo de pensamiento subversivo e innovador en todos los ámbitos de la sociedad humana.
Veamos las características fundamentales que marcaron el éxito de su lucha, tan inmensamente eficaz.
Un sentido radical de la justicia como guía inapelable
Radical, porque Halimi jamás lo supeditó a nada. Pero también por su visceralidad elemental, pues parte de una experiencia vital de infancia anterior al dominio del intelecto en un contexto particular: el seno de su modesta familia judía en su Túnez natal. Es una familia de izquierdas (su abuelo era militante comunista), pero no escapa a las normas culturales y morales del momento y del lugar:
«Cuando tenía 8 años me obligaban a servir a mis hermanos en la mesa. A mi madre le parecía normal, como a la madre de mi madre. Un día, ya no pude seguir haciéndolo. Algo me lo impedía en mi interior, una suerte de imposibilidad. Así que dejé de comer.[iv]
«¿Por qué tenía que servir a mis hermanos? (...) no había razón para ello. Salvo que ellos eran de sexo masculino y yo de sexo femenino. Mi madre nunca pudo darme otra razón. (...) Así que llegó un momento en que dije “no”. Y ella me respondió “Pues no te sentarás a la mesa”, y yo le respondí “Pues no como y ya está”».[v]
«Prefería morirme a seguir sirviéndoles. Adelgacé mucho y, tras algún tiempo, mi padre se conmovió. Ese día supe que, cuando se quiere algo, no hay que ceder ante nada».[vi]
Con estas palabras relata Halimi lo que muchos medios han narrado como una anecdótica «huelga de hambre» en su infancia. Conviene destacar que ella no utiliza esa expresión, que probablemente ignoraría por entonces. De hecho, tal como lo cuenta, no parece tratarse de un juego, es decir, de ese tipo de imitación lúdica mediante la cual los niños aprenden, sino de una reacción provocada por un sentimiento íntimo de incapacidad de tolerar la sumisión y la injusticia.
Este contexto familiar se mezclará con el contexto político y social del Túnez colonizado bajo protectorado francés, en el que impera, según Halimi repetirá en muchas entrevistas, un sentimiento social de «desprecio» racista hacia «el árabe», «el indígena», independientemente de la clase social o la posición económica. Ese desprecio social dominador conforma también la base del sentimiento de injusticia –de nuevo visceral– de Halimi incluso antes de cualquier conceptualización política o incluso de comprender los términos «colonialismo» u «ocupación»:
«La injusticia me es físicamente intolerable. Toda mi vida puede resumirse en esa frase. Todo comenzó con el desprecio al árabe, y después al judío, y después al colonizado, y después a la mujer».[vii]
Esta visceralidad ante la injusticia será instrumental en situaciones de aparente conflicto entre causas igualmente defendibles, como la lucha de clases y la lucha contra la violencia sexual. Dicho conflicto se produjo, como explica la socióloga Véronique Le Goaziou, [viii] cuando en los años setenta las feministas desvelaron que la violación se producía en todos los medios y clases sociales y podía ser perpetrada por «hombres normales, buenos franceses, buenos padres de familia, buenos esposos y buenos trabajadores», en palabras de la propia Halimi. Ello dirigía el dedo acusador tanto a un potentado como a un militante revolucionario o a un obrero, lo cual escoció tanto a la derecha, que consideraba la cuestión como un problema de las clases populares, como a la izquierda, donde se temía que ese tipo de declaraciones perjudicara a la «lucha principal» y se juzgaba que el comportamiento de un obrero violador debía interpretarse como una consecuencia de las injusticias del capitalismo.
Así, en el debate sobre la criminalización de la violación, la izquierda acusará a las feministas de «hacerle el juego a la justicia burguesa», acentuando con ello la opresión de las clases populares.
Sin embargo, a medida que el Juicio de Aix-en-Provence se desarrollaba, la alternativa de la criminalización irá ganado adeptos, y las organizaciones obreras y partidos de izquierda terminarán adhiriendo también a este principio que Halimi defendía con su sentido elemental de la justicia.
Todas las luchas, la lucha
En realidad, para Gisèle Halimi la cuestión no se plantea como un conflicto:
«La base común, que quizás al inicio no era específicamente feminista, fue la injusticia. La injusticia me resultaba físicamente intolerable (...). La injusticia, el desprecio y el racismo hacen reflexionar sobre el colonialismo. Pero fundamentalmente yo observaba que las mujeres estaban mucho más oprimidas que los oprimidos políticos. Las mujeres de los colonizados, más que los propios colonizados. Tomé conciencia muy pronto de que había un desfase, una discriminación, una inferiorización de la mujer con respecto al hombre, y que era específica... que no tenía que ver ni con la colonización, ni con la lucha de clases (...). Siendo de la misma clase, con la misma educación, la misma cultura, las mujeres sufrimos ese famoso coeficiente diferencial que nos discrimina. Fue en ese momento cuando comprendí que esa era la batalla que había que librar, aunque quizás no lo llamé feminismo de inmediato».[ix]
El sentimiento visceral aparece de nuevo como la base de un razonamiento que resulta ser precursor de la conceptualización actual que las ciencias sociales hacen de los procesos discriminatorios, según el enfoque de la interseccionalidad. Como ya se ha documentado ampliamente en estudios al respecto, las categorías sociales como el género, la etnia, la clase, la edad, la orientación sexual o la nacionalidad se imbrican creando un sistema de opresión que se «ceba» en los individuos situados en las zonas de «intersección». Fue el caso de todas las defendidas de Halimi en sus juicios ejemplares (Djamila Boupacha, Marie-Claire Chevalier en el Juicio de Bovigny, y Anne Tonglet y Araceli Castellano en el Juicio de Aix-en-Provence), y no es pues casualidad que todas fueran mujeres (árabes, revolucionarias, comunistas, abortistas, jóvenes, lesbianas...).
Como declaran Tania Angeloff et Margaret Maruani, «Gisèle Halimi hace explotar las fronteras tradicionales que paralizan la acción política y el recurso jurídico, generan divisiones y cortocircuitan así la defensa de las víctimas cuando se trata de mujeres».[x]
Quizás valga aquí la imagen de una muñeca rusa: la más pequeña, la más invisible, la más discriminada o injustamente tratada, es aquella a la que Halimi otorga prioridad. Porque defendiendo a la más oprimida, está defendiendo todas las causas.
Y aún hay una frontera más que Halimi hace estallar: aquella que separaba la esfera privada de la pública y cuya desaparición será una piedra angular para la evolución social futura. Como afirma la filósofa Geneviève Fraisse, «es en la encrucijada entre lo íntimo y lo político donde nace el individuo feminista», y Gisèle Halimi encarna perfectamente esta imbricación que caracteriza a las pioneras, a las que tanto debemos:[xi]
«La tortura es imponer sufrimiento con humillación. Yo me sentí humillada cuando aborté por primera vez, cuando el médico me tuteaba y me hizo el legrado a pelo. (...) Como no quería que abortara, me dijo: “así no vuelves a hacerlo” (...). Es verdad que lo sentí como tortura, porque la tortura es lo mismo, pero evidentemente con aspectos políticos. Hay que saber que la tortura en Argelia, por ejemplo, contra la lucha revolucionaria de todo un pueblo, no se utiliza solamente para hacer hablar a alguien: se arresta a la gente porque sí, sin que haya hecho nada, se la tortura, se la libera al día siguiente, se la aterroriza: “esto es lo que te puede pasar si te rebelas contra nosotros”».[xii]
Trabajo en red y unidad de la izquierda
Movida siempre por ese sentido elemental y visceral de la justicia, Halimi va más allá de la «no jerarquización» de las causas, en realidad. Consciente de esa ominosa dinámica intersecional de la opresión, adopta para la defensa de las víctimas la perspectiva que más apoyo social puede generar, haciendo que toda lucha coadyuve al objetivo fundamental de la justicia y de la reparación social.
Así, en 1960, cuando emprende la defensa de Djamila Boupacha, lo hace apoyándose en la simpatía que genera la causa independentista, pero utiliza el caso para poner de manifiesto la situación particular de las mujeres revolucionarias y es el primer bastión en su lucha contra la violencia sexual.
En 1978, casi dos décadas después, la sociedad francesa evoluciona y está ya preparada para ganar el combate del reconocimiento de la violación como crimen, perspectiva que adopta en el Juicio de Aix-en-Provence. Pero detrás está también la causa de la despenalización de la homosexualidad, mucho más controvertida en aquel momento: las dos víctimas son lesbianas y en la defensa se demuestra que esta cuestión no es ajena a la perpetración de las agresiones. Una vez más, una causa arrastra a otra. Como he mencionado, Halimi continuará esta lucha en los años que siguieron con su acción parlamentaria.
El Juicio de Bovigny (1972), instrumental para la despenalización del aborto, ilustra mejor que ninguno esta atención prestada al pulso social y también el modo en que Halimi se integra en una acción coordinada en los distintos frentes y mediante distintas estrategias.
«Michèle Chevalier [madre de la joven defendida por aborto] era comunista, trabajaba en el Metro y había leído mi libro sobre el juicio de Djamila Boupacha. Así que pensó “si esta abogada ha defendido a una argelina torturada, quizás acepte defendernos a nosotras”, y me llamó. Yo le dije “Si queréis, hacemos un gran proceso”. Hablé de ello con Simone de Beauvoir, pues acabábamos de crear Choisir, y la Asociación se hizo cargo del juicio. Yo sé muy bien que jamás habría podido hacer la defensa que hice sin esa presencia multitudinaria de mujeres rodeando el juzgado, con la policía tratando de dispersarlas. El presidente del tribunal, furioso, pedía a gritos que cerraran las ventanas y las puertas. Algo sucedió, la lucha de las mujeres provocó un cambio en la opinión pública, y ese cambio obligó a la Asamblea Nacional a debatir la abolición de la ley represiva».[xiii]
Recordemos que el Movimiento de Liberación de las Mujeres (MLF) nace en Francia en 1970. En abril de 1971, Halimi participa activamente en la redacción y difusión del célebre Manifiesto de las 343, en el cual mujeres como ella, Simone de Beauvoir o Catherine Deneuve, admitían haberse practicado un aborto ilegal, y en julio de ese mismo año, funda, junto con Simone de Beauvoir y el académico Jean Rostand, la Asociación Chosir la cause des femmes para reivindicar el derecho a la educación sexual, a la planificación familiar y a la IVE. La despenalización del aborto se producirá en 1974, dos años después del Juicio de Bobigny, con Simone Viel como Ministra de Sanidad, gracias a una reforma jurídica conocida como «Ley Veil» que abrogó una ley de 1920 y suprimió el artículo 317 del Código Penal francés.
Halimi contribuirá a esta causa con una acción más, en la escena parlamentaria, con la defensa del reembolso de los gastos médicos de la IVE en tanto que diputada independiente dentro del Grupo socialista, reembolso finalmente aprobado en 1982.
Como puede verse, se trata de un trabajo en red, en múltiples frentes, basado en la escucha social y en una unidad más allá de capillas ideológicas:
«Esta muy claro, y deberíamos decirlo más a menudo: a pesar de Giscard d’Estaing, en mi opinión el más feminista y el más moderno de nuestros Presidentes de la República, toda su derecha saboteó el texto y, si no hubiéramos tenido los votos de la izquierda, es decir, comunistas y socialistas, unánimes y responsables, la Ley de 17 de abril de 1975 sobre el aborto nunca habría existido».[xiv]
Mediatización de los conflictos
Lo que acabamos de ver pone también de manifiesto otra estrategia de lucha, muy ligada al trabajo en red, que es la mediatización de los juicios que considera «ejemplares», es decir, aquellos que cumplen todas las características para hacer avanzar una causa. Ya desde la defensa de Djamila Boupacha, en 1960, Halimi multiplica la correspondencia y las entrevistas, funda un comité de apoyo, se alía con Simone de Beauvoir, con quien escribe un libro sobre las violencias sexuales y la razón de Estado que publicará Gallimard en 1962.
Esa mediatización supone también una ampliación de la perspectiva del conflicto inicial que permite a un tiempo revelar las causas profundas de los abusos e interesar a la opinión pública (de nuevo, sin concesión alguna a intereses ideológicos):
«Todo esto exige una reflexión. No podemos limitarnos a denunciar las torturas e imputarlas a los militares, que son los ejecutantes de una política, la de los poderes de excepción votados en 1956 tanto por la derecha como por la izquierda».[xv]
Como ha dicho Clémentine Autain, diputada de La France Insoumise, «Gisèle Halimi no tenía miedo al escándalo, pues había comprendido que el conflicto generado podía hacer evolucionar las mentalidades y la legislación. Encajaba los insultos sin dar la impresión de que le afectaran lo más mínimo. Tenía un aplomo impresionante. Era una mujer que actuaba sobre la realidad, más que teorizar sobre ella»[xvi].
Autain destaca también «la simplicidad de su discurso, su forma de hacer accesible a todos el sentido de la lucha y de no enredarse en las querellas internas del feminismo. Gisèle Halimi iba al grano. Encarnaba un feminismo igualitarista y pragmático».
Conciencia del contexto sociopolítico
Con la elección estratégica de sus juicios ejemplares, Halimi navegó siempre con mucha conciencia del contexto sociopolítico, tratando de encontrar los vados por los que hacer avanzar las causas. Y ello se revela también en sus «fracasos»: como ella misma reconoce, no ganó ningún juicio en el ámbito de la igualdad laboral:
«Nunca habría podido tener para el trabajo los grandes testimonios que tuve para el aborto o la violación, esos que provocan las grandes mutaciones de la sociedad. No tuve nunca la suerte de que el juicio tuviera lugar en un momento en que convergían la acción militante y la madurez de la sociedad para el cambio. [El trabajo] es más insidioso y, hay que decirlo, las mujeres, más vulnerables en muchos aspectos, y en particular el económico, tienden a resignarse, algo que no hacen ante una violación, o ante un embarazo que se les impone. En el caso del trabajo, se resignan diciéndose que algo es mejor que nada. Se subestiman, se inferiorizan, incluso (...) Pocas mujeres se rebelan de verdad (...) Las mentalidades pueden más que el derecho. Y las relaciones sociales de género, la dominación masculina y esta forma de economía que infravalora el trabajo de las mujeres, terminan por inspirar las sentencias».[xvii]
Este hecho apunta certeramente al lugar donde deberíamos estar librando nuestros próximos combates. A pesar de todo, Halimi consiguió, en 1982, obtener el voto de un artículo de ley para establecer cuotas por sexo en el Parlamento que había sido censurado por el Consejo Constitucional.
En conclusión...
El feminismo, evidentemente, resalta en la trayectoria de Gisèle Halimi como corolario natural de una postura anclada en su experiencia vital y excepcionalmente coherente: como mujer, Halimi evoluciona y se sitúa ante el mundo sin traicionarse nunca en lo más íntimo, y es desde ahí desde donde hace avanzar el feminismo y contribuye a algunos de sus mejores frutos contemporáneos, en beneficio tanto de hombres como de mujeres de toda la sociedad.
En efecto, a pesar de que en algunos momentos sus combates pudieron parecer en conflicto con otros intereses ideológicos de la izquierda, como la lucha de clases –que en realidad no traicionó nunca–, hoy día hay bastante consenso en cuanto a que esos combates ayudaron asimismo a los hombres a liberarse de una masculinidad tan opresiva como los estereotipos de género que oprimían a las mujeres.
Ese «principio de Halimi», consistente en priorizar a la persona más oprimida, se convierte en pragmático por su eficacia para el avance de todas las luchas, y podría muy bien ser útil para dirimir conflictos internos a la hora de decidir los cursos de acción en la familia de la izquierda.
Es en ese sentido en el que, en mi opinión, hay que entender por qué, tras una experiencia algo frustrante como diputada, Halimi reivindicó el feminismo como «la verdadera política» en un mundo «demasiado masculino»:
“Siempre he pensado que las revoluciones culturales vendrían primero de las mujeres, pues ellas subvierten en profundidad el orden establecido. De hecho, no existe ningún otro elemento tan capaz de cuestionar las relaciones humanas, tanto a nivel económico y político, como en lo privado».[xviii]
Durante toda su vida, Halimi escribirá ensayos autobiográficos y políticos en los que narra detalladamente todas sus luchas. Como sucede con Simone de Beauvoir, el impulso autobiográfico representa un modo de reflexión sobre lo humano basado en una coherencia personal tan radical como su sentido de la justicia.
Puede imaginarse pues el valor de la quincena de libros que ha escrito y publicado, además de todas sus entrevistas y artículos (algunos de los cuales se han consultado para este artículo). Ninguna de sus obras está traducida al español, ni siquiera la relativa al Proceso de Burgos. Una laguna editorial que merecería la pena colmar cuanto antes.
Gisèle Halimi fue enterrada el pasado 6 de agosto en el cementerio parisino del Père-Lachaise, en presencia de familiares, amigos y camaradas de lucha de todas las generaciones. Cualquier homenaje será pequeño, compañera.
Lola Montero Cué
Militante del PCE Exterior, Agrupación de Lyon
Fuentes, notas y créditos
[i] Virginie Ballet: «Michelle Perrot: “Gisèle Halimi était une pionnière, une étoile du féminisme”», Libération, 28 de julio de 2020.
[ii] Sabrina Champenois, Catherine Mallaval y Laure Bretton: «Gisèle Halimi: une pour toutes», Libération, 28 de julio de 2020.
[iii] Ver nota i.
[iv] Pauline Bureau: «Gisèle Halimi m’a dit: “ne baissez pas la garde, jamais, et soyez radicale”», Libération, 29 de julio de 2020.
[v] Tania Angeloff y Margaret Maruani: «Gisèle Halimi. La cause du féminisme». Entrevista a Gisèle Halimi. Travail, genre et sociétés, 2005/2, nº 14, 5-25.
[vi] Ver nota v.
[vii] Libération: «Le féminisme en deuil après la mort de Gisèle Halimi», 28 de julio de 2020.
[viii] Véronique Le Goaziou: «Lorsque le viol est devenu un crime», Blog laurent-mucchielli.org, entrada del 02/09/2014.
[ix] Ver nota v.
[x] Ver nota v.
[xi] Clémentine Autain: «Grace à Gisèle Halimi, ce qui faisait scandale hier est consensuel aujourd’hui». Libération, 29 de julio de 2020.
[xii] Ver nota v.
[xiii] Ver nota v.
[xiv] Ver nota v.
[xv] Nadjia Bouzeghrane: «Gisèle Halimi à El Watan : “L’histoire de l’Algérie n’est pas du côté français seulement ou du côté algérien, elle est des deux côtés”», El Watan, 4 de agosto de 2020. Publicación de una entrevista realizada en 2001.
[xvi] Ver nota xi.
[xvii] Ver nota v.
[xviii] Didier Billion et Erwan Laurent: «De l’anticolonialisme au combat féministe». Entrevista a Gisèle Halimi. Revue Internationale et stratégique, 2012/2, nº 86, 7-15.
Fotografía: Gisèle Halimi en el mitin de lanzamiento del Front de Gauche, el 8 de marzo de 2009, en el marco de la campaña francesa para las elecciones europeas. Marie-Lan Nguyen, CC BY 2.5, Wikipedia.
Traducción propia de todos los extractos de entrevistas y citas textuales.